"Ni a quien gobierna ni a la oposición les preocupa la debilidad de las instituciones"
ANABEL DÍEZ / CARLOS E. CUÉ - Madrid - 23/12/2007 - El País
Está muy relajado, como liberado de un enorme peso. Lo ha sido casi todo en política, y ahora, después de enfrentarse con muchos, incluidos algunos dirigentes clave de su propio partido, lo deja todo. Manuel Marín (nacido en Ciudad Real hace 58 años) habla con libertad y sin tapujos sobre la legislatura que le ha tocado presidir.
Está muy relajado, como liberado de un enorme peso. Lo ha sido casi todo en política, y ahora, después de enfrentarse con muchos, incluidos algunos dirigentes clave de su propio partido, lo deja todo. Manuel Marín (nacido en Ciudad Real hace 58 años) habla con libertad y sin tapujos sobre la legislatura que le ha tocado presidir.
Pregunta. La legislatura termina como empezó, hablando de ETA y con los dos principales partidos divididos. ¿Sin tregua todo hubiera sido diferente?
Respuesta. El tema ETA aparece en esta legislatura vinculado a la comisión de investigación del 11-M, que ha marcado el primer año y en realidad toda la legislatura.
P. ¿Fue la comisión un error?
R. No, pero yo creo que las comisiones de investigación no están bien resueltas en nuestro Parlamento. Si hay un proceso judicial paralelo, en el momento en que se produce una imputación debería interrumpirse el trabajo parlamentario. La comisión se alargó en exceso y generó una distancia extraordinaria entre los dos grandes partidos que ya no se pudo recortar. Ni siquiera la impresionante intervención de la señora Manjón consiguió unirnos.
P. La responsabilidad de la comisión es de PSOE y PP, ¿no?
R. Evidentemente, aunque también ayudó la presión de los medios de comunicación. A mí me pareció que la comisión del 11-M era innecesaria porque el pueblo ya había juzgado, había votado. Para mí era un problema resuelto. La tensión generada por la comisión hizo que en el primer año no se pudiera acordar nada, por ejemplo, sobre la reforma constitucional, donde se podría haber avanzado bastante. A partir de ese pacto, se podría haber buscado un acuerdo sobre el modelo territorial.
P. Pero las cosas fueron de otra manera.
R. Sí, y no se pudo hacer esa reforma constitucional que estaba en el programa de Gobierno. Yo, por ejemplo, creí que no era conveniente que intervinieran Aznar y Zapatero en la Comisión del 11-M. En su momento lo dije y fue mal entendido.
P. ¿El 11-M ha impedido que la legislatura sea normal?
R. Sí, claro. El 11-M domina el primer año. Ese condicionamiento es determinante para una legislatura muy dura, donde se han trascendido algunas normas elementales. Y, sin embargo, hemos sido capaces de poner en marcha leyes fundamentales de derechos civiles y política social. Curiosamente, en esta legislatura tan contradictoria nos hemos convertido definitivamente en un país socialdemócrata. Caldera anunció hace poco que España sacaba al mercado internacional de capitales la remuneración de los fondos de la seguridad social. ¡Y no nos damos cuenta de que ya somos como suecos o daneses, que hay solo siete países que hacen eso que ha hecho España!
P. ¿A qué se refiere cuando critica que se haya perdido el sentido del límite?
R. Sólo había dos instituciones en España que estaban en el ámbito del llamado respeto institucional: el Tribunal Constitucional y la Monarquía. En esta legislatura se ha perdido también ese límite. Yo creo que, con el respeto que me merece un país que admiro, estamos en un acelerado proceso de italianización de nuestra política. Y eso me preocupa mucho. El Congreso puede convertirse en un Montecitorio, donde hay unos representantes que discuten bastante agriamente de sus problemas y luego una sociedad muy potente que marcha sola. Prefiero a Monet: "Los hombres pasan; las instituciones permanecen".
P. ¿Para usted la Monarquía está en peligro?
R. No, para nada. Creo que ha sido y es sumamente útil para nuestro país. Y el que se sienta republicano, que lo diga, no pasa nada.
P. ¿También se refería a los límites en la relación entre los políticos?
R. Sí. Yo no sé cómo se puede decir en un Parlamento al presidente Zapatero: "Está usted más pendiente de los terroristas que de las víctimas". Es atroz, es una crueldad, y lo dijo Zaplana.
P. ¿Por qué dice que se sintió muy solo?
R. Porque empecé con mucha ilusión. Zapatero me pidió que sacara adelante la reforma del reglamento para hacer un Congreso más vivo, más pegado a la actualidad. Lo he intentado hasta seis veces. Primero me dijeron que el trabajo había sido excelente pero no era el momento oportuno. Cuando logré ese momento, me sorprendieron con la teoría de las circunstancias han cambiado [Sonríe]. Yo soy muy cartesiano, creo en el orden, que no es un valor de la derecha ni de la izquierda, y se puede comprender mi profunda desazón intelectual. No entendí por qué se promovía una reforma para no sacarla adelante.
P. ¿Lo entiende ahora? ¿Por qué no se hizo?
R. Porque no se quiere hacer. Porque en último término, y eso es algo que me preocupa de la visión de gobernabilidad del país, ni a quien gobierna ni a quien pueda gobernar le preocupa que las instituciones estén debilitadas.
P. ¿Ha habido algún distanciamiento con Rubalcaba y Zaplana por este proceso?
R. En esos dos años, mis relaciones con estos portavoces no fueron fáciles. Si yo no me hago respetar, dos políticos tan expansivos y potentes como ellos me hubieran comido con patatas fritas.
P. ¿Con qué Parlamento soñaba usted?
R. Yo admiro el modelo anglosajón. No me gusta el parlamentarismo filibustero y de emboscada, el que utiliza la gresca. ¿Por qué cuando TVE hace el programa Tengo una pregunta para usted hay siete millones de personas que están viendo la tele dos horas? A la gente le interesa la cosa pública, muchísimo, pero no la gresca.
P. ¿Le ha gustado cómo se ha enfocado el debate territorial?
R. Ha sido sorprendente. Lleno de tacticismo. El resultado de los dos únicos referendos, Cataluña y Andalucía, y menos mal que los otros estatutos no lo precisaban, ha demostrado que la ciudadanía no ha creído que éste fuera un debate fundamental. La sociedad se ha sentido muy lejana de unos debates que crispaban mucho el ambiente político, pero sólo en Madrid y sus aledaños.
P. ¿Y el proceso de paz?
R. Ahí tengo muy claro que es obligación de todo presidente del Gobierno intentar la paz en el País Vasco, y Zapatero merece el respeto y el apoyo de todo el mundo aunque haya salido mal. Lo tengo clarísimo. Ahí sí hubo conexión con la opinión pública, porque a pesar de algunos ataques desmedidos, la ciudadanía sí sintió que Zapatero cumplía con su obligación. Pero tengo dudas de que en el debate territorial haya sucedido lo mismo.
P. ¿El debate territorial fue el gran error de Zapatero?
R. Ha sido un error de todos. Yo creo que España necesita una solución federal, o cuasifederal en algunos aspectos. Pero esto precisa un ejercicio de programación, de debate y de pacto. El federalismo es algo muy serio y fundado en el principio de lealtad institucional. No se puede improvisar cada semana.
P. ¿Cree que se debería reformar la ley electoral?
R. Para resolver los problemas de la diversidad en España deberemos aportar soluciones próximas al federalismo. Pero una cosa es esto y otra el correcalles y la subasta abierta en que, a veces, se ha convertido la legislatura. Creo que ha llegado el momento de cambiar la ley. Y la fórmula mejor, que no obliga a cambiar la Constitución, es ampliar el número de diputados de 350 a 400 y hacer con esos 50 un colegio nacional único. Es una demanda de Izquierda Unida.También la defiende Peces-Barba y es una buena solución.
P. ¿Pasó momentos malos?
R. Con los dirigentes parlamentarios del PP fue imposible. Según su portavoz, era el peor presidente de la historia de la democracia. Algunos aliados estratégicos del PSOE, como ERC, me hicieron sufrir, y luego escandalizarme cuando me explicaron lo que pasaba.
P. ¿Qué pasaba?
R. Me dijeron que ERC iba a ser aliado de gran fiabilidad en las votaciones de los martes y los jueves. Pero los miércoles, en la sesión de control, el momento más mediático de la semana, el acuerdo incluía que podían zurrarle a tope a Marín, un señor que tenía pinta de antiguo, era vieja guardia socialista y centralista. Así ponían de manifiesto su combate en Madrid en defensa de la identidad catalana. Se organizó una especie de campeonato de tiro al pichón contra el presidente del Congreso.
P. Se le ve con pasión por la política y con ideas. ¿Por qué lo deja?
R. Porque he llegado al límite de mis posibilidades. Por encima de mí tengo al Rey y al presidente del Gobierno, y no he aspirado nunca a ninguna de las dos cosas. Era imposible que yo repitiera. Soy cartesiano: me imaginaba la cara de pitorreo de las bancadas si hacía otro discurso prometiendo la reforma del reglamento.
P. ¿Se va con amargura?
R. Me voy sorprendido, pero gratificado por haber descubierto las teorías del momento oportuno y de las circunstancias han cambiado.
P. ¿Le duele la manera en que se conoció su sucesor antes incluso de que usted anunciara que lo deja?
R. Vivimos en el mundo de las innovaciones. Mi idea es que hay que respetar las formas y las instituciones. Si este tipo de innovaciones se generaliza en España puede ser desastroso. Imagínese nombrar a concejales, alcaldes, consejeros autonómicos, presidentes autonómicos, poderes del Estado casi con un año de antelación. ¡Un auténtico pandemonio!