dissabte, 23 de juny del 2012

"El mapa y el territorio" de Houellebecq


La última de Michel Houellebecq, premio Goncourt del año pasado, supone un paso firme en la trayectoria de su autor. El mapa y el territorio es una novela sobre la producción de un artista, de su relación el mismo Houellebecq y el fatídico suceso que a éste le ocurre. Aunque morbosamente tiene más interés esta otra parte, vamos a centrarnos aquí en la primera, que contiene reflexiones bastante interesante.

“El mapa es más interesante que el territorio”. Es el título de la primera gran exposición de Jed Martin, que lo catapulta a la fama artística y a la alta cotización gracias la captación artística de diferentes mapas de la guia Michelin. El único trabajo remarcable de Jed Martin a éste era la catalogación, como si fueran insectos, de decenas de herramientas de tipo industrial. Para el siguiente proyecto, Jed Martin volvió (si es que había estado alguna vez) a la pintura con la colección de retratos de profesionales. Su mismo padre, arquitecto, abandonando su empresa, un periodista, una scot-girl, un ingeniero industrial, Bill Gates y Steve Jobs en una conversación informal, el retrato fallido de los magnates del mercado artístico y, su último cuadro, el retrato de Michel Houellebecq son algunos de los cuadros que convierten a Jed Martin en un hombre rico (15 millones), lo que le permite entrar en esa misteriosa fase de la vida donde el dinero ahoga el tiempo.

Para el último trabajo del artista (si, podemos decir que el artista solo realiza cuatro proyectos en toda su vida, pero todos muy existosos), Martin salta al videoarte. La degradación de elementos tecnológicos, entre ellos de fotografías de personas cercanas, y la superposición de fotogramas de vegetales. El proyecto es inmenso y se encuentra en el MOMA de Filadelfia, causando admiración y resquemor en los visitantes, algo así como una desolación incómoda. 4 proyectos en toda una vida, tan espaciadas en el tiempo y con técnicas tan diferentes dificultan poder expresar una visión de conjunto. Aún así, puede que que exista.

Se puede decir que la obra de Jed Martin es un regalo a la arqueologia. Sus obras retratan cosas y personas que son mediatizadas, esto es, que son medio de otras cosas y no un fin en si mismas. La lectura de las producciones de Martin trasladada a un tiempo futuro y lejano da mucha información de como es nuestro mundo. No quiere decir eso que Martin pueda colgarse esa etiqueta, tan nefasta como el número de prisionero, de “artista de su tiempo”. No. Una cosa es ser testimonio de el tiempo que uno vive y otra es retratar el tiempo que uno vive. La diferencia es la misma que hay entre el mapa y el territorio. El tema de Martin es nuestro tiempo y eso, claro está, tiene un interés arqueológico muy importante. Martin retrata herramientas y profesiones, fotografia mapas y grava degradaciones de objetos. Martin no se fija en personas y cuando lo hace, los retrata como profesionales de su ámbito.

Las herramientas, los mapas, los profesionales requieren de ser inmortalizados dada su esperanza de vida. La obra final de Martin, muestra como de la degradación de artilugios tecnológicos, fotografías y figurillas humanas rociados con ácido sulfúrico se degradan y dan paso otra vez a la naturaleza que emerge. Nuestra civilización industrial, capitalista, la de las herramientas, la de la conquista por los recursos territoriales y la de las profesiones, tiene que acabar forzosamente porque su resultado es demasiado penoso.

La crítica al estado de las cosas, que Houellebecq lleva haciendo desde La ampliación del campo de batalla se presenta en El mapa y el territorio de un modo más fino, dosificado y nostálgico que en las novelas anteriores. Quizá haya perdido la violencia y la explosividad que le otorgaron el término de enfant terrible de la literatura francesa. No. Esta nueva novela madura las críticas y hace autocrítica cínica (¿quién está fuera de este mapa?) a esta manera de vivir nuestra, la europea, tan cansada, tan decadentemente enferma. El tradicional cinismo del autor se convierte en el acostumbrado e íntimo refunfuñir de una caldera vieja. En este caso el pesimismo de Houellebecq se hace insoportable para si mismo: tranquilos, hay un final, una muerte, a esta vida de Sisífo. Lo que creíamos que era el mundo es solo un mapa que va a quedar, como todo, hecho jirones (cuidado con esta palabra). Lástima que no vamos a estar allí cuando el mundo tome lo que fue suyo. Que le vamos a hacer.