La última de Michel Houellebecq,
premio Goncourt del año pasado, supone un paso firme en la
trayectoria de su autor. El mapa y el territorio es una novela
sobre la producción de un artista, de su relación el mismo
Houellebecq y el fatídico suceso que a éste le ocurre. Aunque
morbosamente tiene más interés esta otra parte, vamos a
centrarnos aquí en la primera, que contiene reflexiones bastante
interesante.
“El mapa es más interesante que el
territorio”. Es el título de la primera gran exposición de Jed
Martin, que lo catapulta a la fama artística y a la alta cotización
gracias la captación artística de diferentes mapas de la guia
Michelin. El único trabajo remarcable de Jed Martin a éste era la
catalogación, como si fueran insectos, de decenas de herramientas de
tipo industrial. Para el siguiente proyecto, Jed Martin volvió (si
es que había estado alguna vez) a la pintura con la colección de
retratos de profesionales. Su mismo padre, arquitecto, abandonando su
empresa, un periodista, una scot-girl, un ingeniero industrial, Bill
Gates y Steve Jobs en una conversación informal, el retrato fallido
de los magnates del mercado artístico y, su último cuadro, el
retrato de Michel Houellebecq son algunos de los cuadros que
convierten a Jed Martin en un hombre rico (15 millones), lo que le
permite entrar en esa misteriosa fase de la vida donde el dinero
ahoga el tiempo.
Para el último trabajo del artista
(si, podemos decir que el artista solo realiza cuatro proyectos en
toda su vida, pero todos muy existosos), Martin salta al videoarte.
La degradación de elementos tecnológicos, entre ellos de
fotografías de personas cercanas, y la superposición de fotogramas
de vegetales. El proyecto es inmenso y se encuentra en el MOMA de
Filadelfia, causando admiración y resquemor en los visitantes, algo
así como una desolación incómoda. 4 proyectos en toda una vida,
tan espaciadas en el tiempo y con técnicas tan diferentes dificultan
poder expresar una visión de conjunto. Aún así, puede que que
exista.
Se puede decir que la obra de Jed
Martin es un regalo a la arqueologia. Sus obras retratan cosas y
personas que son mediatizadas, esto es, que son medio de otras cosas
y no un fin en si mismas. La lectura de las producciones de Martin
trasladada a un tiempo futuro y lejano da mucha información de como
es nuestro mundo. No quiere decir eso que Martin pueda colgarse esa
etiqueta, tan nefasta como el número de prisionero, de “artista de
su tiempo”. No. Una cosa es ser testimonio de el tiempo que uno
vive y otra es retratar el tiempo que uno vive. La diferencia es la
misma que hay entre el mapa y el territorio. El tema de Martin es
nuestro tiempo y eso, claro está, tiene un interés arqueológico
muy importante. Martin retrata herramientas y profesiones, fotografia
mapas y grava degradaciones de objetos. Martin no se fija en personas
y cuando lo hace, los retrata como profesionales de su ámbito.
Las herramientas, los mapas, los
profesionales requieren de ser inmortalizados dada su esperanza de
vida. La obra final de Martin, muestra como de la degradación de
artilugios tecnológicos, fotografías y figurillas humanas rociados
con ácido sulfúrico se degradan y dan paso otra vez a la naturaleza
que emerge. Nuestra civilización industrial, capitalista, la de las
herramientas, la de la conquista por los recursos territoriales y la
de las profesiones, tiene que acabar forzosamente porque su resultado
es demasiado penoso.
La crítica al estado de las cosas, que
Houellebecq lleva haciendo desde La ampliación del campo de
batalla se presenta en El
mapa y el territorio de un modo
más fino, dosificado y nostálgico que en las novelas anteriores.
Quizá haya perdido la violencia y la explosividad que le otorgaron
el término de enfant terrible
de la literatura francesa. No. Esta nueva novela madura las críticas
y hace autocrítica cínica (¿quién está fuera de este mapa?) a
esta manera de vivir nuestra, la europea, tan cansada, tan
decadentemente enferma. El tradicional cinismo del autor se convierte
en el acostumbrado e íntimo refunfuñir de una caldera vieja. En
este caso el pesimismo de Houellebecq se hace insoportable para si
mismo: tranquilos, hay un final, una muerte, a esta vida de Sisífo.
Lo que creíamos que era el mundo es solo un mapa que va a quedar,
como todo, hecho jirones (cuidado con esta palabra). Lástima que no
vamos a estar allí cuando el mundo tome lo que fue suyo. Que le
vamos a hacer.