Vivimos uno de los períodos más turbios de la historia de este país (España) con casos de corrupción que afectan a la médula del Estado y una crisis estructural (seguramente, son la misma cosa) que nos conduce a las casillas de salida de la Historia. Frente a ese ruido tormentoso, continuo, sofocante, el estallido de un cristal acapara nuestra atención mediática de una manera desproporcionada.
Estoy hablando de las declaraciones del ministro Fernández sobre el matrimonio -el "natural" y el homosexual- y la asignatura de religión -donde se aprende la polisemia de la palabra "maria". Unas declaraciones que aparecen en medio de un fin de semana y que han levantado mucha polvareda en la opinión publicada. Sin embargo, uno debe preguntarse qué aportan esas opiniones a la situación general del país.
Se quejaba Richard Sennett, en su clásico El declive del hombre público, que nuestra época está marcada, sobre ese aspecto, por un dominio del narcicismo. Ese narcicismo, en política, se muestra a través de mostrar supuestas virtudes más que demostrarlas. Alguien que (re)quiera seducir al público tiene que aparentar tener una personalidad, un cáracter y unas creencias que demuestren confianza, vigor, responsabilidad. Eso no es nada si no se acompaña con el hecho que eso, el personaje -a fin de cuentas es lo que es- tiene que representarlo de manera creible. Y eso está lejos de serlo realmente. Es decir, que haya unos hechos que demuestren supuestas virtudes. De eso se intuye que es el lenguaje y no la acción la mejor herramienta para la carrera de uno mismo.
Del lenguaje, y no de los hechos, viven realmente los medios de comunicación. Harto más fácil es recoger unas declaraciones que enregistrar un hecho en su complejidad. Si ojeamos un noticiario veremos cual facil nos resulta leer una noticia sobre una polémica que comprender el debate entorno a cambios legislativos o ejecutivos. Los directores de periódicos lo saben y es normal que tiendan a llenar sus portadas con eslóganes provocativos.
Todo este rodeo para volver al tema que nos ocupa, las declaraciones del ministro. Vamos a enfriar el asunto con la siguiente pregunta: ¿Qué nos importan las declaraciones de un ministro en un seminario privado en el Vaticano sobre asuntos que literalmente no le compiten? En otras palabras, ¿qué demuestran o confirman sus palabras en términos fácticos? ¿Qué va a hacer el ministro sobre esos asuntos que tanto nos tiene que preocupar? La respuesta a las tres preguntas es nada, nada y nada.
Entonces, ¿por que tanto alboroto? Pues se trata de soltar un conejo para que lo persigamos, para bajar la guardia de la madriguera donde se esconden los billetes y toda el suculento botín que Bárcenas ha ido reuniendo con el beneplácito de Rajoy y los suyos. ¿Y por que Fernández Díaz? Porque Gallardón y Wert andan liados en respectivas reformas, Aguirre ya no se presta y porque él necesita recuperar perfil mediático después del chaparrón a raiz del preso etarra moribundo.
A mi, lo que me preocupa es que casi toda la izquierda mediática se alce por unas declaraciones que merecían no más que un breve, media columna a lo sumo. Nuestra cotidianeidad, incluso las de las parejas entre homosexuales y la de los alumnos de religión, seguirá igual que antes de las declaraciones del ministro. Han roto un vaso para que volvamos la vista y dejemos la tormenta por un rato. ¿Vamos a permitírselo igual que les permitimos su corrupción?
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