Poco después de ser inaugurado el milenio no era raro encontrarse por la calle carteles que anunciaban la más instantánea forma de remember en algún club de moda que, con toda probabilidad, cambiaría de nombre al menos tres veces por semana: "Vuelven los noventa". Los más carcamales de entre la comunidad peatonal podían formularse una pregunta que no dejaba de ser razonable: pero ¿es que acaso hubo en los noventa algo que recordar?, ¿algún tipo de identidad cultural o estética capaz de evocar una época con la fuerza de, pongamos, una patilla quinqui de los setenta o un cardado con mechas modelo Limahl de mediados de los ochenta? Dentro de muy poco nos toca cambiar de década ¿ya?, y los cerebros detrás de esa veloz maquinaria mercadotécnica al servicio de la nostalgia readymade se encontrarán con un problema adicional: la década que dejamos atrás no es que tenga un problema de estética y/o identidad..., lo que no tiene es ni nombre.
El artista y agitador cultural australiano David Art Wales propuso un bautismo ingenioso: the naughties, juego de palabras que conjuraba la fuerza paralizadora del cero (naught significa nada) con el utópico deseo de 10 años marcados por la subversión creativa y la innovación irreverente naughties significa, también, traviesos. Resulta difícil, a pocos pasos de las campanadas, considerar que éstos han sido años traviesos. Lo de años cero o años nada quizá hubiese sido la opción bautismal más fiel a lo que ha sido esta realidad.A la década no se le puede reprochar descuido en cuestiones de estructura narrativa la cosa se abrió en clave de trauma (el 11-S) y se cierra con el advenimiento de un nuevo Mesías (Obama, una imagen de marca amable, y su Nobel de la Paz), pero lo que falló fue lo de en medio; es decir, la chicha, el contenido: sucumbiendo al simplismo, podría decirse que, entre la caída de las Torres Gemelas y la elevación del político estadounidense, los naughties fueron un buen puñado de vídeos de cucamonas y acrobacias de gatitos encantadores colgados en YouTube. ¿Algo más? He aquí un decálogo, sin pretensión exhaustiva, para orientarse en el desierto (o no) que dejamos atrás. Una chuleta para hacer memoria cuando vuelvan los... años nada.
1. SIN IDENTIDAD
"¿Quién soy?", se preguntaba Jason Bourne minutos antes de sacar la siguiente conclusión: "Ya no quiero saber quién soy". Creado por Robert Ludlum en 1980, esta máquina de matar atrapada en un nubarrón de olvido ha llegado a ser lo más parecido al gran héroe popular de la primera década del milenio, merced a la trilogía de películas que lo han reformulado como relevo de Bond para la era del vacío. Sintetiza el espíritu de su época, de la misma manera que 007 encarnó el sueño húmedo de la virilidad hipertecnificada y agresiva de los años Kennedy. Cuando Paul Greengrass se hizo cargo de la franquicia en El mito de Bourne (2004) y El ultimátum de Bourne (2007), la forma se convirtió en la mejor expresión del fondo: estética de teleobjetivo, hiperrealidad en tonos metálicos y, sobre todo, un concienzudo desecado de toda ironía y todo sentido lúdico.
2. SIN SENTIDO
Aunque su parroquia de fieles ha ido ajustando su número a las selectivas dimensiones del círculo de iniciados, la serie Perdidos ha sido el más claro intento de formular una gran mitología unificadora en esta década. Su estructura narrativa -entre la complejidad fractal y los juegos del posmodernismo literario-, sus estrategias de propagación vírica en el imaginario colectivo -alentando teorías e interpretaciones paranoicas- y su épica, fundamentada en la búsqueda de sentido por parte de un puñado de personajes sin brújula en el espacio-tiempo, han hecho de ella una perfecta metáfora multiuso para estados de perplejidad general. En Barcelona, el Bharma (calle Pere IV, 93), club temático sobre el mundo lost, se presenta como el último bar del universo donde seguirá estando bien visto hablar del tema tras el cambio de década y el fin de la serie.
3. SIN PROTECCIÓN
Según la periodista Patricia Godes, ésta "ha sido la década de la idiocracia: el incompetente, el necio y el drogado han accedido a puestos de responsabilidad y han podido tomar decisiones asesinas e ilógicas contra el medio ambiente, la sensatez, la decencia, el buen gusto y la misma supervivencia de la especie con toda impunidad. Una niña recién nacida puede ser bautizada con nombres como Seila sin que nadie diga nada". También han sido años clave en la transformación de los circuitos de distribución y consumo de la cultura. La industria musical ha sido la primera en mutar, pero el resto -el cine, los libros- aguarda turno. Una época de microfenómenos, modas efímeras, grupos forjados y quemados en MySpace y chorradas convertidas por YouTube y afines en fenómeno global: verbigracia, el fenómeno de los vídeos de surtidores elaborados con Happy Mentos y Coca-Cola.
4. SIN PUDOR
La imposibilidad de encontrar refugios en un clima de intemperie moral ha tenido como consecuencia (o daño colateral) la emergencia de un nuevo narcisismo que ha revelado su lado más o menos oscuro en la dictadura del Yo que se expande en las poéticas de Fotolog y algunos acantilados del ensimismamiento de la geografía bloguera. El pudor ha pasado a mejor vida y el lenguaje de la emoción ha ganado el pulso a la razón en una ofensiva marcada por el exceso de melaza. Tampoco hay que ser negativos: la impudicia contemporánea también ha cristalizado en excelentes tebeos autobiográficos (Persépolis, Metralla, María y yo, los diarios de Lewis Trodheim...), en dispares ejercicios de narración espectacular en primera (o primeras) persona?(s) (Monstruoso, Redacted, REC) y en una obra cumbre como Paranoid Park, de Gus Van Sant.
5. SIN DOGMAS (NI TORRES DE MARFIL.)
"El director de cine ya no es esa figura bíblica que baja de la montaña cada cierto tiempo y entrega a los fieles su última obra para, acto seguido, volver a desaparecer en las cumbres", señala Nacho Vigalondo, director de Los cronocrímenes, una de las películas que ofrecen un nuevo paradigma de arte portátil, perfectamente equipado para sobrevivir en un nuevo contexto donde las viejas barreras entre creador y consumidor se han abolido. Casos como el de Vigalondo o, en el panorama internacional, J. J. Abrams (Perdidos, Misión imposible III, Star Trek XI) esbozan el perfil de un nuevo modelo de creador que tiene poco que ver con el arquetipo de artista encerrado en su burbuja particular. "Una figura como la de Abrams habría sido impensable hace unos años", añade Vigalondo, "alguien a quien reconoces como autor, aunque lo que haga sean series, remakes, secuelas... La frontera que separaba al autor del mercenario se rompe".
6. SIN PATRIARCADO
La ensayista y gurú de la mercadotecnia Faith Popcorn propuso que el nuevo milenio tendría que ser rebautizado como el EVEolennium, o, lo que es lo mismo, el milenio de Eva, la era en la que se desarticularía un patriarcado que ha ejercido su asfixia sobre el poder de lo femenino desde el mismo origen de la cultura occidental. Bajo esta luz, el éxito de El código Da Vinci ya no parece responder tan sólo a las gratificaciones de la literatura barata: el best seller de Dan Brown pinzó el nervio del presente y, de hecho, invita a pensar en surtidas variaciones de esa reivindicación de la diosa madre en la estructura profunda de un buen número de obras de ficción de esta década, desde Caótica Ana (Julio Medem, 2007) hasta Ágora (Alejandro Amenábar, 2009), pasando por Anticristo (Lars Von Trier, 2009) y la popularización de una heroína tan a la medida de los tiempos como Lisbeth Salander, coprotagonista de la trilogía Millennium, de Stieg Larsson.
7. SIN FUNDAMENTO
Toda década genera sus tópicos, ideas elementales que calan en la colectividad y son repetidas como un mantra bajo la esperanza de que algo cuaje en certidumbre. En los años nada han hecho fortuna frases del tipo: "El mejor cine está en televisión", "La novela negra vuelve a molar (especialmente, si es nórdica)", "Los superhéroes son más humanos que nunca" o "Los videojuegos se colocan a la cabeza de la industria del ocio". No hay mejor antídoto que acorazarse frente al alud de ideas recibidas con una muralla de desconfianza y sentido común, aunque en la base del tópico siempre suele apuntar el hocico de una verdad. También existe la opción de recurrir a argumentos para rebatir estos neodogmas: sin ir más lejos, la edición en Criterion de la caja de DVD The golden age of television demuestra que la edad de oro de la mal llamada caja tonta ya tuvo lugar... ¡¡en los años cincuenta!!
8. SIN ALEGRÍA
Probablemente, uno podría contar con los dedos de una sola mano (o con los dedos de media mano) las risas que estallan en las circunspectas bocas de los personajes de las sagas Crepúsculo o Harry Potter. Los naughties no han sido años de cachondeo, ni siquiera de discreta mofa o educada befa: la gravedad ha sido el único valor capaz de cotizar en Bolsa mientras todo se desmoronaba alrededor. Otro fenómeno sintomático: la lectura de Batman propuesta por Christopher Nolan, Batman begins (2005) y El caballero oscuro (2008), es el perfecto negativo de esa serie de los sesenta que usaba la onomatopeya como chispeante efecto de posproducción pop y sepultaba de ridículo al Hombre Murciélago y a su escudero en minishorts. "Ha habido una obsesión por humanizarlo todo, mientras, paradójicamente, asistíamos al fracaso de la identidad", diagnostica el cineasta Nacho Vigalondo.
9. SIN CRITERIO
La escena musical ofrece una buena imagen a escala de lo que, en términos generales, ha dado de sí la cultura de la década: una escena del crimen en cuyo centro figura el cadáver de la exigencia. Según Kiko Amat, autor de la novela Rompepistas, "si miramos al mainstream, ha habido un empeoramiento abismal desde los noventa. Sólo hace falta ver las portadas de las revistas inglesas. Todos los grupos que se postulan como gran esperanza del pop blanco (desde los Strokes hasta Arctic Monkeys, The Hold Steady o Fleet Foxes) en los años sesenta, setenta y ochenta hubieran sido de tercera fila: son derivativos, copias hechas con una cuarta parte del talento del original, y sobreamplificadas por los medios de una manera inaudita hasta ahora. Esta década nunca dio sus equivalentes a Specials, The Jam o Who".
10. SIN MADUREZ
En los naughties ha habido muchas bajas prematuras y dolorosas (desde Sergio Algora hasta Francisco Casavella, pasando por David Foster Wallace y Antonio Vega... y mejor dejar de contar, para no ponernos lúgubres), pero el nada codiciable trono de mártir de la época lo ocupa, sobre las nubes que cubren Neverland, Michael Jackson, icono de una era de la inmadurez que ha dado paso a otra cosa: Hannah Montana, los Jonas Brothers, Demi Lovato y toda suerte de ídolos de síntesis que parecen reivindicar el equilibrio entre la artificiosidad máxima y el espejismo de autenticidad. Pasará un tiempo prudencial antes de que se reconozca a Hannah Montana, la película como forja de un arquetipo futuro: encerrarse con un solo juguete (o con toda una colección de ellos) en un parque temático es el pasado; el futuro es saber compaginar sin problemas el maquillaje cegador y el ordeñado de vacas.
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